¡Viva Montesquieu! Es que me dijeron que había muerto.
Artículo para legos y para duchos olvidadizos (Ministro Fernández Díaz).
Aunque sea un tanto burdo hemos de rememorar al ilustrado francés Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède y Barón de Montesquieu. El espíritu de las leyes. 1748.
Cuando ya el ánimo flaquea ante tanto delito por parte de los gobernantes y uno comienza a dejar de creer en el estado de derecho, aparecen en escena jueces que te animan a seguir confiando en esta sociedad.
Ya en la Francia de 1748, hubo personajes que mantenían la conveniencia de separar los poderes del estado: “En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el ejecutivo de las cosas pertenecientes al derecho de gentes, y el ejecutivo de las que pertenecen al civil”.
Legislativo: hace las leyes para cierto tiempo o para siempre, y corrige o deroga las que están hechas. -EL PARLAMENTO que hace la ley-.
Ejecutivo: hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones. -EL GOBIERNO que aplica la ley-.
Judicial: castiga los crímenes o decide las contiendas de los particulares. -LOS JUECES que interpretan si la ley se aplica bien o no-.
Seguía diciendo este ilustrado: “Cuando los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona o corporación, entonces no hay libertad, porque es de temer que el monarca o el senado hagan leyes tiránicas para ejecutarlas del mismo modo.
Así sucede también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y del ejecutivo. Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor.
En el Estado en que un hombre solo, o una sola corporación de próceres, o de nobles, o del pueblo administrase los tres poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar las resoluciones públicas y de juzgar los crímenes y contiendas de los particulares, todo se perdería enteramente.”
De ahí que este artículo esté dedicado a los valientes y heroicos cumplidores de sus deberes, sin ánimo exhaustivo, José Castro, Pablo Ruz, Javier Gómez Bermúdez y Mercedes Alaya, y otros tantos anónimos a los que animo y desde aquí homenajeo. Gracias a todos.
Juan Zarza. Abogado. Valverde del camino.
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