Dentro de 20 años o pocos más, cuando la historia escriba su papel, habrá de poner a cada uno en su sitio respecto a lo que ocurre actualmente con las patentes de vacunación por parte de empresas privadas, con el consentimiento y apoyo de los hombres y mujeres títeres que desde sus sillones, con el estómago lleno y agradecido, manejan -o mejor son manejados- los destinos de los ciudadanos de pie, ¡unos siete mil quinientos millones, mal contados; ahí es nada!
Las preguntas son sencillas, las respuestas cada uno dará la suya.
¿Cómo se permite que empresas privadas tengan en sus manos el poder de la vida y de la muerte de los demás?
¿Por qué no hay algún valiente, tal vez algunas naciones unidas, que obligue a estas empresas a liberalizar las fórmulas de las vacunas, para que la puedan producir todos los laboratorios del mundo?
¿Qué estadística de muertos se ha de superar para que una patente sea expropiada?
¿Cómo, inmersos en esta civilización crematística, nadie abre la boca para declarar que pocos no pueden controlar la vida de los demás por mucho que haya sido los inventores del remedio?
El capital se protege a sí mismo y nos hace ver normal que fallezcan las personas a tu lado, cuando sabes que es cuestión del tiempo que tarden en vender las vacunas las pocas empresas que las elaboran.
Yo haría rico al que inventó la vacuna y a tres o cuatro generaciones de su familia, pero a cambio le expropiaría la fórmula que pueda salvar a mi hijo, hermano, padre o a mí mismo.
¿Cómo esta civilización no avanza, sino que retrocede en la búsqueda del bien común, a la vista de todos y todos convencidos y resignados de que no hay otra forma?
No se trata de obligar a los de la CocaCola, que te de ten la fórmula para fabricarla porque está muy rica y nos gusta a todos…
En fin, la idea está clara, yo no lo veré, pero este monopolio habrá de ser contemplado al futuro como un genocidio consentido por algunos y crimen de lesa humanidad.
23 de marzo de 2021.
Juan Zarza.
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